Lo cierto es que Adalberto Álvarez es una suerte de sonero que, como afirmara Guille Vilar, nos ofrece «un viaje hacia la modernidad con la tradición a cuestas». Ningún cubano puede olvidar las antológicas canciones A Bayamo en coche, El son de la madrugada o Y qué tú quieres que te den. Son piezas brindadas a los bailadores en un pacto irrenunciable con uno de los géneros más genuinos de la Isla.
El Caballero del Son se impone, como práctica diaria, preservar las raíces de la nación. «Por eso perfecciono la música del nuevo disco de la orquesta, cuya grabación será a finales de abril».
Experimenta, pero no se aparta de las filas de lo que considera «algo trascendente que no debemos olvidar». De ahí que su nuevo fonograma resulte «muy bailable, con invitados que tienen mucho que ver con la música que escribo, como los muchachos de Gente D’ Zona y los cantantes de la Aragón. Así que tendrá un poco de todo», apunta al iniciar este diálogo.
—¿Las influencias de su padre, Enrique Álvarez, marcaron un referente musical en los inicios?
—En la casa de mi infancia siempre se escuchó música. Mi padre tenía un grupo sonero —tiene todavía—, y lo que lo influenció a él fue, indirectamente, lo que me pasó a mí, el ambiente del hogar. Mi mamá, Rosa Zayas, me enseñó a cantar la segunda voz. Mi abuela materna cantaba en la iglesia evangélica. Así que había toda una confluencia de diferentes corrientes musicales, que, lógicamente, tuvo que ver con mi desarrollo musical posterior.
—¿Cuánto le aportó la orquesta Son 14 a su carrera? ¿Cómo le fue en esa experiencia como director?
—Esa era mi segunda oportunidad de dirigir, porque la primera fue Avance Juvenil, creada por mi padre. Cuando terminé en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y me fui a trabajar a la Escuela Vocacional de Arte de Camagüey, mi papá me dio las riendas de su agrupación para que pudiera experimentar.
«De hecho, siete de los músicos más jóvenes de Avance Juvenil se fueron conmigo a Santiago de Cuba. Mas ese repertorio de Son 14 estaba probado y ensayado en la orquesta de mi padre. Dirigir allí estuvo antecedido por esa experiencia, y resultó menos complicado».
—¿Por qué decidió dejar la agrupación si estaba en tan buen momento?
—El inconveniente era la vivienda. Yo no era santiaguero, sino de Camagüey, y vivimos seis años en una casa de visita, hasta que llegó el momento en que no se pudo más y, lamentablemente, hubo que separarse.
—¿Cómo asumió el reto de mostrar un concepto musical diferente al conformar su propia orquesta en los años 80?
—Eran mi música y mis arreglos, aunque creo que lo que marcó a Son 14 fue el sello de Tiburón. Sin embargo, el nuevo grupo tenía otro formato, con el incremento del timbal, trombones, un teclado y otros cantantes. Era una sonoridad diferente, aunque estuviera el mismo arreglista y compositor.
—Hay estudiosos que afirman que la crónica urbana, la trova y la influencia de la poesía de Nicolás Guillén, matizan sus piezas musicales. ¿Cómo define Adalberto Álvarez sus composiciones?
—Trato de hacer canciones que la gente logre entender. No rebusco palabras; utilizo un lenguaje sencillo y que sea internacional. A veces busco temas locales, del costumbrismo, como ese de Un pariente en el campo. Pero trato de usar frases que se entiendan en un contexto universal, que lo pueda escuchar un dominicano, un panameño, un italiano, y sepa de qué estoy hablando.
«Soy respetuoso con las letras y muy optimista. Me gusta que la gente se sienta feliz cuando escuche una canción, un disco o un concierto míos».
—¿Está su obra permeada de elementos afrocubanos y de esa variedad cultural existente en la Isla?
—No es una intención componer siempre con elementos folclóricos, aunque están presentes de alguna manera en todos los que cultivamos el son y las demás manifestaciones artísticas. No creo que sea una tarea obligatoria utilizarlos, es más bien un matiz.
«Recuerdo por eso Y qué tú quieres que te den, aquella canción de 1993 que dio paso a otras del mismo corte. Sentí que debía componerla, sobre todo en una época donde no se hablaba de ello. Quise dar imagen de sincretismo y una lección sobre el asunto sin ser proselitista.
«Ahora tiene más fuerza que cuando se grabó primeramente, pues se le agregaron cantos rituales a algunos santos de la religión yoruba. Es la canción obligada para cerrar nuestros conciertos en todas partes de Cuba y del mundo».
—Usted ha declarado que pediría un «pedacito en el alma de los bailadores». ¿Será porque ellos han olvidado bailar casino?
—Ellos necesitan lugares para bailar. Están locos por hacerlo. La gente precisa de establecimientos con ofertas en moneda nacional, dedicados a disfrutar de la música del país y el mundo, porque se puede bailar lo que interpretan el Gran Combo de Puerto Rico, Gilberto Santa Rosa, Marc Anthony y otros. Por eso queremos crear esos locales que ya llamamos «casinotecas».
«La idea es promoverlas en toda la Isla. Existen algunos pasos en ese sentido, pues realizamos un esfuerzo conjunto con el Instituto Cubano de la Música, el Comité del Partido en Ciudad de La Habana y la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Recientemente quedó declarado el capitalino círculo José Antonio Echeverría como Palacio del Casino, y deseamos utilizar sitios para bailar como El Castillito, y otros locales en San Miguel del Padrón, La Víbora, el Casino Campestre de Camagüey y la Sala Polivalente de Santiago de Cuba. Solo hay que darles formato y ajustarlos para las distintas edades. Será otra opción recreativa.
«Porque el movimiento actual de las ruedas de casino es fortísimo. Aunque resulta necesario rescatar el programa televisivo Bailar casino, proponerle un horario estelar e interesar a parejas de todas partes de la nación y garantizar un sistema de estímulos a los participantes que más despunten.
«Gracias al impulso alcanzado por el movimiento, este sábado 31, 50 ruedas de casino bailaron con reconocidas orquestas en la Plaza de la Revolución, para festejar el aniversario 45 de la UJC. Y la idea es que el próximo año venga a la capital una representación de las mejores del país».
—¿Constituye el Festival Matamoroson, del cual es Presidente de Honor, un espacio perenne para mantener vigente el género?
—Es el festival más importante, a mi entender, de los que se realizan sobre el género en el país. Allí se baila casino y son, y van las principales orquestas. Se desarrolla en la ciudad que más baila ese estilo musical y donde no lo dejan morir: Santiago de Cuba. Es un espacio que debe existir siempre.
—Entonces, ¿qué le falta?
—Una proyección más internacional. Quizá también un mejoramiento en las condiciones creadas para los músicos que intervienen en el evento y para los que pudiéramos invitar, como se hace en los festivales de jazz y otros que se realizan en el país.
—¿El son, dentro de los patrones internacionales del comercio musical —matizados por la salsa puertorriqueña, por ejemplo—, disminuye su trascendencia y universalidad?
—La vida demostró en la discusión sobre la salsa y el son, que artistas de Puerto Rico, Venezuela, Colombia y los radicados en Nueva York, Estados Unidos, mantienen viva esa música y dejan su constancia en discos. Aquí lo hemos hecho, pero no tenemos la oportunidad de comercializarlos al nivel que debieran por lo que todos conocemos: el bloqueo incide en nuestra inserción en emisoras y televisoras extranjeras y en otros espacios.
«Y obras de autores cubanos son interpretadas por estos músicos. Existe identificación con la Isla. Se ha logrado la universalización de ese género originario de Cuba, a la vez que se suman aportes hechos en otras regiones del planeta por agrupaciones soneras de Japón, Suiza, Finlandia, y de donde menos te las imaginas.
«Pero necesitamos que la industria discográfica nacional tenga la posibilidad de posicionar discos en el nivel donde deben figurar. Sin bloqueo habrá paridad entre lo foráneo y lo nuestro».
—¿Teme que el son cubano pudiera estar desplazado ante la popularidad que ganan el reguetón y el rap?
—Pasaron el rock and roll, mozambique, charleston, pilón y unos cuantos ritmos más, y el son está ahí. No creo que la gente lo olvide. El cubano necesita bailar en pareja. Y le llamen casino o no, lo que bailarán será son. Cuando den las vueltas y hagan los movimientos bailarán música cubana.
«No estoy en contra ni de espalda a las tendencias musicales actuales. Bienvenido sea lo nuevo, siempre que no sea indecente ni chabacano, tenga sabrosura y se pueda combinar con los elementos de la cubanía».
—¿Cuáles considera serán los legados de la música popular cubana y hacia dónde se dirigen sus perspectivas en el mundo?
—Primeramente debemos enseñarles a los niños y jóvenes cuál es nuestra herencia, porque increíblemente en el mundo las personas conocen más del patrimonio sonoro nacional que los de aquí. En el extranjero me hablan de Miguelito Cuní, Ignacio Cervantes, Ernesto Lecuona, Benny Moré... y asombra que algún joven cubano no los conozca.
«Lucho porque esos legados no se pierdan. Me preocupa el relevo de los músicos actuales, porque si no lo formamos a tiempo, estará en peligro de extinción. Abogo porque se profundice en la enseñanza de los diferentes géneros nacidos en Cuba, así como de las mejores obras de los artistas cultivadores de lo clásico y de lo popular.
«Las perspectivas de la música cubana en el planeta dependen de ello. No podemos volver al momento en que algunos no sabían que varios de los boleros que interpretó Luis Miguel fueron escritos por compositores de la Isla como César Portillo de la Luz. El legado para las generaciones futuras y el impacto internacional del patrimonio cultural, obedecen a lo que seamos capaces de rescatar, aquí, ahora, a tiempo».
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